Como muchos ya sabréis y muchos otros no... en mayo se publicará mi segunda novela de ficcion, "Crónica del Incendio". Es una novela de ciencia ficción juvenil postapocalíptica bastante movidita, aquí os dejo la sinopsis:
Año 2177. Tras pasar por la Tercera Guerra Mundial, una catástrofe nuclear y la crecida del océano, el planeta Tierra parece haber alcanzado un periodo de calma. Los pocos humanos supervivientes se organizan en ciudades-estado de poco más de mil habitantes, tratando de sobrevivir sin agotar los escasos recursos que les quedan.En la Ciudad Nueva, Luna Riversong, una estudiante huérfana de diecisiete años nacida en el gueto, lucha por seguir adelante en una dictadura en la que cada segundo de su vida es grabado y analizado por cámaras de vigilancia. Mientras agacha la cabeza y trata de abrirse camino en un mundo al que muchos consideran que no pertenece, la rebelión comienza a fraguarse en su entorno… y en el corazón de Luna.Al otro lado del mundo, en la helada tierra de Vinland, Willow Wannamaker lucha en una guerrilla sin cuartel. Criada en las calles, sin pistas sobre sus orígenes y entrenada como asesina a sueldo, Willow no se detendrá ante nada con tal de sobrevivir a cada nueva batalla… o de volver junto al amante que dejó atrás y al lugar donde nació. La más oscura de las ciudades-estado: Paradise City.Mientras Luna comienza a avivar las llamas de la rebelión, Willow se lanza en un viaje a través de medio mundo en busca de una vida mejor. A través de sus ojos nos asomaremos a un futuro incierto, oscuro y despiadado.
Un futuro a punto de arder.
Si os ha gustado esta sinopsis, quizá os interese lo que viene ahora... desde el día de hoy hasta la fecha de publicación de la novela, iré subiendo cinco relatos cortos previos a la historia principal, cada uno de ellos centrado en uno de los cinco personajes principales e ilustrado por el maravilloso Jota Ilustrador. Hoy le toca el turno a Warren Lighthouse. Espero que os guste.
Warren Lighthouse
Paradise City
No puedo dejar que esto pase.
El piso franco es diminuto, o quizá me lo parece
porque he estado recorriéndolo arriba y abajo desde hace horas. El salón solo
tiene una mesa con un par de sillas y un sofá roñoso en el que he dejado tirada
mi katana enfundada. Me muero por salir y hacer probar a alguien mi filo, pero
no encuentro fuerzas para salir ahí fuera y ser quien soy.
Joder, me encanta mi vida. Me encanta ser el mejor
en lo que hago, me encanta que mi nombre sea una leyenda que se murmura con
miedo en los callejones de la ciudad. Me encanta cada detalle de lo que tengo
ahora y por todos los djinns, me ha costado mucho llegar hasta aquí.
¿Y voy a mandarlo todo a la mierda por una chica?
Dejo de dar vueltas por el salón como un desquiciado
y me dejo caer en el sofá, recorriendo con el índice derecho la forma del
tatuaje que tengo sobre la ceja. Aunque no lo vea, conozco de memoria todas y
cada una de las aristas que hay grabadas en tinta verde sobre mi ceja. Ser
digno de la espiral y de todo lo que representa me ha costado más de lo que
nadie puede llegar a imaginar.
Soy un outsider.
La mera palabra provoca pavor entre los habitantes de Paradise City, pero a mí
nunca me hizo sentir semejante cosa. Me hizo sentir anhelo, deseo y envidia.
Hizo que, desdeñando la seguridad del burdel donde me habían criado las amigas
de mi madre, buscase un maestro que pudiera entrenarme para convertirme en
aquello que todos temían. He luchado desde niño para que no haya absolutamente
nada fuera de mi alcance y no hay un outsider mejor que yo en toda la
maldita ciudad.
Me levanto de golpe y cojo un cuchillo de la mesa,
uno de los de Will. ¿Cuántas veces le he dicho que no deje sus armas tiradas
por todas partes?
Es terca. El mero pensamiento me hace sonreír. Es
terca, no sabe obedecer y no quiere aprender a hacerlo. Es demasiado temeraria,
es demasiado impulsiva, tiene demasiados escrúpulos y una sonrisa preciosa.
– ¡Mierda! – mascullo
mientras lanzo el cuchillo contra la pared de enfrente.
Se hunde profundamente en la pared y me quedo
mirándolo fijamente. Maldita sea, Will. Cruzo la habitación en dos zancadas y
arranco el cuchillo de la pared de un tirón seco, arrancando un buen trozo de
yeso. Por más que lo intento, no puedo imaginarme clavándoselo a Will más de lo
que podría clavármelo a mí mismo.
Lo cual significa que ella será quien acabe conmigo.
¿Pero quién cojones ideó este sistema tan enfermizo?
De acuerdo, somos una élite de asesinos. Vale, no
debería haber más de trece de nosotros a la vez. Pero todo esto que maestro y
aprendiz se enfrenten a muerte cuando el aprendiz cumple los diecinueve y solo
uno sobreviva es una puta locura. Supongo que la solución será coger aprendices
mayores de diecinueve, pienso con amargura mientras vuelvo a lanzar el
cuchillo, que se hunde en el mismo punto que la vez anterior pero más
profundamente. Quiero destrozar algo, quiero matar a alguien.
Will cumple diecinueve en tres días o eso dijo
cuando la recogí. Quizá ya los tenga, con los niños abandonados nunca se sabe.
Entonces no tendría que matarla. Tal vez ella podría renunciar a lo que es,
quitarse el tatuaje y… Djinns, me río solo de pensarlo. Will renunciando a ser
una outsider. Will renunciando a ser
una mercenaria de élite, Will borrándose el tatuaje y dejando de ser la asesina
lenguaraz que es. No puedo imaginármelo y tampoco tengo claro que pudiera
quererla si ella fuera de otra manera.
Mataría a cualquiera antes que matar a Will. Pero no
quiero dejar de ser un outsider.
A eso se reduce todo. Matar a la única persona que
me entiende, que me acepta tal y como soy, que no mira mis ojos rasgados como
una rareza. La única persona que no me teme. ¿Cómo podría matarla?
Pero luego pienso en todo lo que he pasado para
llegar hasta aquí y todo lo que ella ha pasado para llegar hasta donde está.
Si yo fuera ella, no me dejaría con vida.
Matarla o que me mate. O intentar no hacerlo, no
enfrentarnos el uno al otro y tratar de seguir con nuestras vidas… y que todos
los outsiders de Paradise City se nos
echen encima y nos maten a ambos por desobedecer los códigos de la ciudad.
Arranco el cuchillo de la pared de un tirón seco.
¿Es que esta habitación se ha vuelto aún más
pequeña?
Recojo mi katana del sofá con brusquedad, tirando el
cuchillo de Will al suelo mientras me sujeto la funda a la espalda. Necesito
una buena pelea, necesito una dosis de pyro, necesito…
Oigo la puerta abrirse bruscamente. No me doy la
vuelta.
–¡Warren!
Me giro. En el umbral de la puerta principal está
Will, con su melena recogida en una larga trenza negra que me hace pensar en su
látigo, sus ojos de un azul que parece una alucinación producida por la pyro y
la cicatriz blanca sobre sus labios casi desaparecida en su sonrisa.
– ¿Dónde vas? – pregunta
mientras empieza a dejar armas en la mesa con aire relajado.
La miro sin saber qué responder. Sabe perfectamente
la edad que tiene. Sabe perfectamente lo que eso significa. Pero ahí está,
hablándome como siempre, tranquila y
alegre como si todo estuviera bien entre nosotros.
¿Quiere que baje la guardia?
Sin pensar, agarro una de las ampollas de pyro de mi
cinturón y pulso el botón que despliega la aguja. Will aparta la mirada del
chaleco de kevlar que estaba desabrochándose, mira mis manos, me mira a la cara
y da un paso atrás, acercándose a la mesa y al látigo que ha dejado sobre ella.
– Warren… – murmura
mientras su mano se acerca lentamente a su propio cinturón, a sus propias dosis
de pyro.
Me clavo la aguja en el pliegue del codo sin apartar
la vista de ella, pendiente de cualquier movimiento que haga. Siento la droga
correr por mis venas como un torrente, ralentizando los latidos de mi corazón,
agudizando súbitamente todos mis sentidos. Puedo ver la palidez de Will, puedo
oír su respiración agitada. Todos mis músculos vibran con energía contenida y
el peso de la katana a mi espalda ya no es nada. Podría cruzar las dos zancadas
que nos separan en un segundo, podría matarla tan rápido que ni se daría cuenta
de lo que está pasando.
Pero es Will.
– No – susurra
ella, pero recoge su látigo de la mesa y lo empuña con firmeza–. No tienes por
qué hacer esto.
– Sí tengo por qué hacerlo.
– No tenemos…
– ¡Vete! – le grito
mientras salto hacia ella, desenfundando la katana.
Will bloquea el golpe con la empuñadura de su látigo
y me da una fuerte patada en el estómago, aunque la pyro hace que apenas la
note. Empujo el filo de mi katana contra ella, aunque no lo enciendo. ¿Por qué
no hacerlo? El calor le haría soltar el látigo. Podría matarla.
– ¡No! – grita Will
con furia, y veo como con la mano izquierda coge una de sus propias ampollas de
pyro–. ¡Basta ya!
Le clavo la rodilla en el estómago, tratando de
detenerla, pero ella aguanta el golpe y se clava la ampolla de pyro en el punto
de unión entre el cuello y la clavícula, su lugar favorito para inyectarse.
Joder, cuántas veces no me he imaginado besándola
ahí.
Me aparto de ella de un salto, sintiendo que pese a
la pyro y pese a todo, mis huesos no son lo bastante
fuertes como para sostener mi cuerpo. Will se agazapa con el látigo listo y
cuando lo enciende infinidad de rayos de electricidad recorren su cadena
plateada. Me mira con una mezcla de ira y dolor que no puedo soportar.
Miro por la ventana. Los neones de Paradise City se
extienden casi hasta el horizonte, donde se rinden al desierto y a la noche.
Allí se pueden ver las estrellas. He llevado a Will a verlas un millón de
veces.
– Lárgate, Will – susurro sin
apartar la vista de la ventana. El reflejo del rostro de Will está atravesado
por las luces de mi ciudad-estado. Seguramente son esas luces las que crean la
ilusión de que tiene las mejillas cubiertas de lágrimas. Es difícil decirlo
bajo los efectos de la pyro–. Vete. No me obligues a hacer algo que no quiero
hacer.
– No tenemos que…
– ¡Vete! ¡Lárgate! ¿Qué es lo que no
estás entendiendo, mocosa callejera? ¡Te he dicho que te vayas, que no te
quiero cerca! Ya no eres útil, ¡ya no te necesito! – estallo,
pero me niego a mirarla.
Me niego a mirarla porque sé que no me va a creer.
O porque quizá lo haga y no pueda soportar la decepción
en su rostro.
Ni siquiera con todos mis sentidos aguzados por la
pyro la oigo marcharse. Solo oigo el ruido de la puerta al abrirse y cerrarse
de nuevo, muy suavemente. Cuando recorro el salón con la mirada me doy cuenta
de que solo se ha llevado su látigo y el cuchillo que he estado lanzando contra
la pared, nada más.
Entro en la habitación donde suele dormir cuando nos
quedamos en este piso. Es evidente que ella ni siquiera ha pasado por aquí
antes de irse, porque sigue siendo el mismo desastre que cuando la dejó esta
mañana para ir a solucionar un asunto para la Corporación Prometeo. La cama
sigue revuelta. Mis sentidos agudizados perciben rastros de ella en todas
partes: su olor en el aire, un par de cabellos sobre la almohada, una huella de
su mano en la ventana.
Todo se reduce a matarla, que me mate o que nos
maten a los dos.
Me siento en su cama, desaparecida ya toda furia. De
pronto solo estoy muy cansado, aunque sé que la pyro no me dejará dormir. En
cualquier caso, no es ese tipo de cansancio. Cierro los ojos y aprieto los
dientes con todas mis fuerzas mientras trato de apartar los ojos de Will de mi
mente.
Hola Luna! Ya veo que le estás dando bastante caña a la promo de la novela. Muy interesante lo de ir subiendo estos relatos cortos, la historia de Warren me ha dejado con ganas de más. Violencia, drogas, sentimientos encontrados... ¿qué mas se puede pedir?. Solo me queda desearte mucha suerte con la publicación de 'Crónica del Incendio' y comentarte que ya he encargado 'La chica de lluvia', así que dentro de poco estará en mi poder. Un saludo!
ResponderEliminarMe encanta!!!! Muchas ganas de leer ya tu libro!!!!
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