viernes, 20 de abril de 2018

Antes del Incendio | Matías Moreno

¡Hola Todos!
Como veis, sigo con la serie de relatos previos a mi próxima novela. "Antes del Incendio" es una serie de cinco relatos protagonizados por cinco de los personajes de la historia. Todos tienen lugar antes de los eventos que se narran en "Crónica del Incendio"; este en concreto tiene lugar un año antes de que empiece el libro. Además... hoy os presento a mi personaje favorito.
Sí, tengo favoritos, qué le vamos a hacer. La ilustración, por supuesto, es de Jota Ilustrador y me pareece que representa perfectamente al personaje. ¡Espero que os guste!

Matías Moreno

Ciudad Nueva

Me despierto de golpe, alguien está sacudiéndome el hombro izquierdo con fuerza. Tardo un segundo en darme cuenta de dónde estamos, porque estaba soñando con papá y mamá. Pero no. En la desvencijada chabola de plásticos robados de la basura de las fábricas y cartones de los embalajes solo estamos Lili y yo. Por cómo me sacude el brazo diría que tenemos problemas.
–¡Tenemos que irnos, Mat!
A pesar de que está muy nerviosa, Lili no alza demasiado la voz ni se queda paralizada. En cuanto ve que empiezo a incorporarme, se aparta de mí y se pone a recoger nuestras cosas: una manta raída que llevamos mucho tiempo guardando con nosotros, una bolsa de fruta deshidratada que mangué ayer de la cocina de alguien y la pulsera de cuerda de mamá.
–¿Qué pasa? –pregunto mientras me acerco a mi hermana, aún medio dormido.
Lili señala hacia arriba, haciendo una mueca de preocupación. El techo de plásticos y cartones que montamos ayer por la tarde está extrañamente flojo. Suelto la palabrota más ofensiva que conozco al darme cuenta de que después de un par de días, la lluvia ácida ha empezado a deshacer el plástico y a empapar el cartón. Pronto nuestro improvisado refugio se derrumbará encima de nosotros.
–No digas palabrotas.
Suelto una risa rápida. Una niña de siete años tan seria y tan solemne al regañarme es una escena divertida. Supongo que casi tanto como verme a mí decir palabrotas.
–¿A dónde tienes pensado ir, Lil? –pregunto mientras empiezo a envolverme los pies con bolsas de plástico raídas.
Lili se acerca a la entrada de la chabola, con aire pensativo. Aún está muy oscuro, así que debe ser de noche y no sé cuánto queda para que termine el toque de queda, pero por el ruido de la lluvia no parece que vaya a dejar de llover pronto. Seguramente se haya acumulado suficiente agua como para que si se desploma sobre nosotros el techo nos haga quemaduras serias. Probablemente mucho más que las pequeñas ampollas que ya hemos aprendido a curarnos.
–No lo sé, Mat –murmura Lili, con tono preocupado–. ¿Al lavadero? Hará más frío que aquí, pero tiene techo de cemento.
Suspiro, pensativo. Construimos la chabola pegada a una de las salidas de ventilación de las fábricas, de tal modo que podíamos contar con aire calentito a casi todas horas. Ahora en invierno es maravilloso, pero de nada nos va a servir estar calientes si nos abrasa la lluvia ácida.
–Podemos quedarnos ahí hasta que deje de llover y luego reconstruirla, es buena idea.
Mi hermana sigue plantada contra la salida de la chabola, muy quieta. Mientras dura el toque de queda, no hay suministro eléctrico en el gueto. Sin embargo la luz del Centro se refleja en las nubes e ilumina nuestras calles de tierra apisonada, así que puedo ver la silueta de Lili. Aunque solo es un año más joven que yo, es mucho más bajita. Mamá y papá murieron cuando era muy pequeña, así que creo que no ha crecido muy bien. Pero es una buena niña, casi nunca tiene miedo y piensa rápido.
No sé qué haría sin mi hermana.
–¿Con qué nos tapamos? –me pregunta, con el mismo tono de preocupación que antes.
Me rasco la nuca, nervioso. Los dos llevamos los pies envueltos en bolsas de plástico, pero aparte de eso no hay mucho más con lo que cubrirnos y no se me ocurre nada. Lo de esperar en el lavadero suena muy bien, pero si llegamos allá llenos de quemaduras tendríamos que buscar ayuda. Entonces nos separarían.
–El lavadero está a cinco calles de aquí –razono, tratando de calcular mentalmente–. Eso son como… veinte minutos andando, podemos hacerlo corriendo en mucho menos. Coge tú la manta y por debajo te ponemos plásticos de las paredes, total, se va a caer igual.
–Si empezamos a quitarle cachos se caerá aún más rápido –dice ella.
Me encojo de hombros.
–Pues mejor que nos demos prisa.
–¿Y con qué te vas a tapar tú? –insiste, sin estar convencida.
Agh. Qué pesada es. Cuanto más mayor se hace más pesada se pone, pero en el fondo me gusta saber que se preocupa por mí.
–Con lo mismo –respondo, intentando sonar serio–. Yo soy mayor, no necesito la manta encima.
–Pero…
–¡Vamos, Lili, estamos perdiendo el tiempo!
Mi hermana aprieta los dientes, enfadada, pero no protesta más. Lleva viviendo conmigo toda su vida, así que sabe de sobra que es inútil discutir cuando tengo toda la razón. Agarra uno de los plásticos transparentes que cuelgan cerca de la entrada, tira de él con cautela hasta desprenderlo de la endeble pared y se lo echa a los hombros. Se vuelve hacia mí como si quisiera preguntarme algo.
–Uno o dos más y la manta –ordeno, mientras empiezo a tirar de uno de los plásticos de otra de las paredes.
–¡Mat! –dice Lili casi gritando, y veo como el techo de la chabola empieza a hundirse.
Le lanzo la manta sobre la cabeza sin fijarme mucho en si cae donde debe.
–¡Corre, al lavadero! –grito, mientras le doy un empujón y acabo de arrancar el plástico de un tirón.
Conseguimos salir antes de que la chabola se nos caiga encima y echamos a correr como locos por las calles. Tenemos que darnos prisa, porque las bolsas tienen agujeritos y aunque tengamos los pies duros el barro ácido puede hacernos daño.
Corremos mirando al suelo, porque si la lluvia ácida nos toca los ojos nos quedaremos ciegos o perderemos mucha vista, conozco a gente a la que le ha pasado. Lili y yo llevamos siempre el pelo más largo de lo normal, ayuda a proteger la cabeza y el cuello. En realidad, la lluvia ácida solo es un peligro si pasas demasiado tiempo bajo ella, así que la mayor parte de la gente prefiere raparse para no desperdiciar agua limpia en lavarse el pelo... Pero Lili y yo vivimos en la calle.
Llegamos al lavadero muy rápido y saltamos el escalón para entrar sin detenernos. Es una construcción abandonada donde antes se lavaba la ropa. En el medio hay una especie de agujero donde antes había agua limpia y sobre ello un techo sostenido por columnas, pero no tiene paredes. Por eso normalmente hace frío. Lili tira el plástico lejos de ella, frotándose los hombros. Enseguida se agacha para quitarse las bolsas de los pies.
–¿Estás bien? –pregunto, nervioso, y Lili me mira con una sonrisa.
–Estoy bien. Nos hemos preocupado demasiado –dice mientras me acerco a ella–, no tengo ninguna quemadura.
–¿Ninguna, ninguna? –insisto, porque ha vuelto a frotarse el hombro.
Lili hace una mueca dando un paso hacia atrás.
–¡Eres un pesado, Mat! –protesta mientras me abalanzo sobre ella.
–Y tú una cría –replico presumiendo mientras le aparto un poco el cuello de la camiseta vieja que lleva–. Tienes una ampollita, Lili. Te la voy a secar bien para que el agua ácida no te queme más.
Lili refunfuña, pero no protesta mientras le seco la leve quemadura con la manga de mi propia camisa.
–¿Tú estás bien? –dice cuando termino, sentándose contra una de las columnas.
–Sí, claro –miento mientras me siento a su lado, tratando de ignorar lo mucho que me duele el pie derecho.
–¿Cuánto crees que queda para que se haga de día? –pregunta Lili mientras juega con una de sus trenzas medio deshechas.
–No lo sé. ¿Por qué no duermes un poco?
–Porque tengo frío –responde en voz baja, y me doy cuenta de que está tiritando.
Empiezo a frotarle la espalda, intentando evitar la ampolla del hombro. Cuando mamá y papá murieron, lo normal hubiera sido que el Gobierno se hiciera cargo de nosotros, aunque no siempre ocurre así. Normalmente, que el Gobierno se haga cargo de ti significa que te dan a otra familia, pero mamá nos había contado cómo muchos niños se convertían en esclavos de su nueva familia y cosas peores. Además, nos hubieran separado.
Vivir en la calle es difícil, pero Lili es valiente y yo soy duro, rápido y listo. Siempre recuerdo lo que me enseñaron mamá y papá: a ser el más rápido y el más listo cuando no puedo ser el más fuerte. También he aprendido cosas yo solo: a mangar, a distinguir entre la basura la comida que podemos comer de la que nos dará dolor de estómago y cagalera, a hacer tratos y a construir chabolas.
Aunque esta última no me salió muy bien, la verdad.
Lili comienza a respirar más despacio y entiendo que se ha dormido. Con cuidado, le meto la mano en el bolsillo y compruebo que la pulsera de mamá está ahí. Hemos perdido la comida, pero la pulsera no. La pulsera es todo lo que tenemos de mamá… pero para Lili es peor, porque casi no se acuerda de ella. Después de pensarlo un poquito, empiezo a atar la cuerda trenzada en la muñeca delgadísima de mi hermana.
–¿Qué haces, Mat? –murmura Lili, entreabriendo un poquito los ojos.
–Nada, Lili. Vuelve a dormir, anda.
–No te vayas –murmura mientras me agarra la camiseta con fuerzas, y entiendo que está teniendo una pesadilla.
Sonrío un poquito para que se le pase.
–Estaré aquí cuando te despiertes –digo en voz baja mientras ella vuelve a dormirse–. Estaré aquí siempre, Lili.

1 comentario:

  1. Buenas Mai!!! Me ha encantado! Me gusta esta iniciativa de ir enseñando a los personajes antes de que se publique tu libro!! Que te vaya muy bien!!!!

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